Ari Aster planta cara al cine blockbuster, al género de terror y a toda su filmografía con el estreno de Beau tiene miedo. Su última película protagonizada por Joaquin Phoenix es lo que se puede llamar “el nuevo experimento de tres horas de Aris Aster”. El director de Hereditary y Midsommar combina el terror, un humor muy negro y una pincelada de drama social, algo que ya habíamos visto en sus anteriores obras. Con Beau tiene miedo todo esto es multiplicado y magnificado, en estilo y duración. Y por supuesto, en confusión. Este viernes 28 de abril la película llega a cines después de su paso por la taquilla americana.
Joaquin Phoenix es Beau Wassermann, un hombre que vive solo en un barrio terrible y caótico. Cuando recibe la noticia de la trágica muerte de su madre (su única conexión con el mundo) decide emprender un viaje para asistir a su funeral. Pero Beau irá encontrando un problema tras otro, a cada cual más extraño. Poco a poco, su paranoia le ira sucumbiendo en la locura.
El maestro de la paranoia tras la cámara
Para los anti-fans, Ari Aster será muchas cosas. Pero una de ellas no será la falta de maestría para incomodar al espectador. La paranoia y el terror psicológico son claras protagonistas de Beau tiene miedo, acompañando a Phoenix en un viaje que se torna casi psicodélico según avanza la narrativa.
Ari Aster parte de su obra corta Beau, un hombre que pierde las llaves de su apartamento y se ve envuelto en situaciones cada vez más extrañas. La primera hora y media de película se encierra en este problema, cargando la trama de angustia con cada nuevo giro mientras (de alguna manera) persiste la comedia. En este mundo que crea Aster, todo parece sucumbirse a un surrealismo que siempre acaba encontrando la tragedia, ya sea por medio del accidente o la violencia. Y no podemos negarlo: nos encanta. El primer “capítulo” de Beau tiene miedo es de todo menos aburrido y todo lo sorprendente que puede ser.
Bau tiene miedo funciona de forma episódica, como una especie de cuento que se recrea sobre sí mismo y renace con cada capítulo. Cada uno, reforzado con el apartado visual que emplea su director. Los paneos psicodélicos, la cámara fija y los seguimientos subjetivos son parte del pack para hacer enloquecer al público y los propios personajes.
La maestría de la paranoia ante la cámara
Lo siguiente era de esperar: Joaquin Phoenix carga con todo el peso de la película, literal y narrativamente. De nuevo, ante un personaje que sucumbe a la máxima locura según va cruzándose con nuevos personajes, descubriendo nueva información y huyendo de un lado a otro. Todo esto, de verdad, se hace muy divertido de ver. Sobre todo, gracias al resto del reparto que se une a Phoenix. ¿Qué mejor manera de suavizar el terror con un poco de comedia sutil que reuniendo en pantalla al cast de Sólo asesinatos en el edificio?
Amy Ryan y Nathan Lane tiene su propio episodio junto a Phoenix, haciendo de un matrimonio feliz con unos cuantos secretos que ocultar. Como preferencia personal, este es mi capítulo favorito. Uno que sirve como punto de inflexión para salir de la coherencia a la crisis narrativa máxima. A partir de aquí, Beau tiene miedo inicia su experimento de paranoia y se mueve del pasado al presente y del presente al futuro. A partir de aquí, Ari Aster juega con su mundo de fantasía como nunca antes lo había hecho.
Joaquin Phoenix expande sus dotes interpretativas al máximo, formando un vínculo exquisito de ese hombre del inicio cargado de traumas de la infancia con otras versiones de sí mismo en un sueño que nunca acaba. ¿Es imposible entender esta película? Es sin duda una pregunta a la que Google ya se ha enfrentado, y más de una vez. Vista desde un lado más humano, dejando a un lado la fantasía psicológica de Ari Aster, podemos estar ante un hombre ahogado por su propia paranoia mental, queriendo evadir el mundo real y, solo cuando se le da la oportunidad, es capaz de ver todas aquellas vidas que podría haber vivido si en su lugar… hubiera vivido.
Beau tiene miedo es un experimento surrealista, cargado de humor y un profundo mensaje. Todo ello bajo el sello de un Ari Aster que cada vez juega más con su público. Sin embargo, se mantiene fiel a su estilo, deja a un lado las expectativas y pone sobre la mesa una película de tres horas que, bajo toda esa capa de ambigüedad, sabe encontrar el disfrute de su público. “¿De qué va esto?” es algo que se va a repetir mucho en las salas de cine. ¿Mi consejo? Estar en silencio, no preguntar (ni siquiera al final) y dejarse llevar.
- Anabel Estrella
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