Fue junio cuando yo hablé por primera vez de esta serie. Por lo menos, de manera pública. “Llevo 3 episodios de EL MÉTODO KOMINSKY de @NetflixES y solo puedo dar las gracias a la persona que me la recomendó.” Este era el recorrido que yo llevaba hasta entonces.
Últimamente – y cada vez más –, abro Netflix algo agobiada. El proceso de selección me lleva un rato, porque conlleva fases por las que ir pasando hasta tener (mínimo) unos diez títulos a elegir. Hay condiciones, hay exigencias, hay “esto ya lo he visto.”
Pero ahora dejo esto en manos de terceros y yo me limito a escuchar y confiar en las recomendaciones.
El método Kominsky apareció en mi vida de esta manera, y yo entré a verla sin saber que Michael Douglas interpreta a un actor llamado Sandy cuya carrera nunca logró a formalizarse en la industria y que se dedica a dar clases de interpretación mientras vive aventuras junto a su agente y amigo Norman.
El método Kominsky hace muchas cosas muy bien, pero hay una en concreto que permite que la serie pueda recibir la etiqueta de “necesaria” – y no solo por parte de la crítica, también la audiencia. Michael Douglas (Sandy) y Alan Arkin (Norman) hacen esto posible, porque acogen todo ese drama para llevarlo con una variante de humor esperanzador y trágico que tan bien crea la relación entre sus personajes. Este es el punto estratégico de la serie de Netflix.
El personaje de Douglas, bien por la nostalgia de una vida que se le escapa cada vez más rápido, bien por la ausencia de personas dejando su lado, no se presenta con melancolía. Una palabra es desdén. Otra podría ser clase. Chuck Lorre, creador, compone una estructura donde hay espacio para las risas, la tristeza, lo bonito, y momentos que parten el corazón.
Conversaciones sobre segundas oportunidades en la vida, de la mano de Douglas y Arkin, no cierran el campo a ninguna persona presente en la serie; pues conceptos como la amistad, los sueños, el amor o el paso del tiempo no son ajenos a nadie. “Ser humano y sentirse roto son la misma cosa”, dice Norman en el episodio dos. Es lo que hace de esta serie algo tan memorable: los diálogos abiertos entre los dos personajes protagonistas.
El método Kominsky es hablar del paso de la vida, pero sin dejar de lado el humor. Por ello, que el oficio de actor sea también una parte de la historia, ayuda a crear una profundidad especial en cada episodio.
Sandy vive su vida de forma colateral con llevar su academia de interpretación, y tantas veces sirve esto como recordatorio para entender unas cuantas cosas sobre cómo vivir la vida.
El veterano Douglas asume un rol dónde puede plasmar todo lo aprendido durante su extensa carrera en Hollywood. Un rol repleto de capas de experiencia. No podía estar mejor acompañado que con Alan Arkin; en un personaje totalmente irremplazable y, que junto a Douglas y el resto del brillante reparto (Sara Baker, Nancy Travis, Emily Osment), hacen de El método Kominsky una serie llena de humor, irreverencia, y preguntas. ¿El secreto para una relación perfecta? ¿Hasta cuándo se puede cumplir un sueño? ¿Dejar ir o mejor aferrarse a lo amado?
La serie de Netflix nos deja con algunas de esas preguntas, siempre riéndose en la cara de la muerte.
Confiar en este tipo de recomendaciones está bien. A mí me van cambiando la vida.
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