En una reunión familiar, siempre se evita poner sobre la mesa el fútbol y la política como temas de conversación. Esto no ocurría con el deporte balompié en la ciudad de Nápoles en los años ochenta, donde todo el mundo estaba de acuerdo con que la posible llegada de Diego Armando Maradona podía hacer prosperar al club de fútbol. La cuestión, sin embargo, era si realmente el argentino ficharía por el club napolitano.
A fin de cuentas, ¿quién iba a querer jugar en un equipo que no se había consagrado por el momento con ningún título de la liga italiana, que se veía superado por otros clubes del país y justamente en aquella temporada luchó por la permanencia? Esto, además, sin contar con las condiciones marginales por las que estaba pasando la ciudad.
Bajo este contexto, el oscarizado director Paolo Sorrentino utiliza la figura del futbolista para regresar a su Italia natal con el fin de plasmar la Nápoles que le vio crecer. Si su anterior La gran belleza sobresalió por tratar el vacío por el que pasa un escritor sesentero de la alta sociedad que colma su vida de todo tipo de placeres (sexo, alcohol, mujeres, fiestas), Fue la mano de Dios, disponible en Netflix, destaca más por una cotidianeidad en la que la cámara, a través de Maradona y la ciudad del sur de Italia utilizados como telón de fondo, se infiltra en las distintas facetas de una familia que, repentinamente, ve cómo todo se desmorona con una tragedia que hará cambiar sus vidas.
Haciendo de nuevo otra comparativa, el retrato fuertemente ligado a la cultura italiana y las memorias del realizador durante los años ochenta plasmados en la cinta son elementos que ya llevó a cabo de manera parecida Roma de Alfonso Cuarón. Aunque esta última sea distinta por el hecho de que se tenga que cruzar la otra punta del charco para ir al México de los 70s con un blanco y negro muy identificable, lo cierto es que en ambas se nota el acercamiento tan fiel de las vivencias de sus directores a los países de los que son originarios.
En el caso de Fue la mano de Dios, la Nápoles de los años 80 brinda al filme una estética y narrativa muy propias. Aquí, se muestran las luces y las sombras de la época en la que vivió el director: las inolvidables excursiones al mar Mediterráneo o banquetes en familia, el fútbol tanto como medio de visionado como de práctica, o la vida costera y nocturna de la ciudad, así como las relaciones amorosas tóxicas, la violencia de género, la soledad o la tragedia misma que poco a poco se va asomando en la vida de sus personajes.
Por otra parte, la cualidad de lo cotidiano que abarca el filme está presente desde el inicio de la misma. A través de un plano panorámico de Nápoles en el que el dron se cuela y muestra distintos rincones y ángulos de la ciudad del director (la cual me atrevería a decir que atraerá un mayor número de turistas en 2022 gracias a la película), Sorrentino deja de manera muy visible su huella en la cinta, con otros elementos, como el cine, la familia, la superposición del personaje de Fabietto, sin olvidar ese espíritu futbolístico que se vive en las calles, que también se remontan a sus orígenes.
En lo que respecta a lo último, es interesante ver hasta qué punto el fútbol y aquello que lo involucra (el hecho de ver un partido, la victoria de tu equipo, la llegada de un futbolista de élite) puede servir de aliciente para una familia y dar un rayo de esperanza ante una mala racha. Aquí, el forofismo por Maradona se encuentra tan presente entre los napolitanos que hasta son capaces de celebrar sus goles y su victoria con una selección que no es la italiana, sino la argentina.
Por otro lado, aunque el guión deambule, sobre todo desde el inicio, entre distintos personajes, Fabietto es aquel que gana una mayor atención. Esa típica fase de la adolescencia en la que trata de conocerse a sí mismo y de averiguar aquello a lo que se quiere dedicar en el futuro, su interés por la filosofía y el mundo del arte, sus enamoramientos, la relación con su familia, así como el hecho de que no tenga muchos amigos son pistas con las que podemos asociar al personaje con el alter ego del director, sumado a que le otorguen al relato un enfoque más juvenil que tenga un aire sospechosamente parecido al personaje de Elio de Call me by your name.
Al igual que las desgracias que se entrometen en el camino de otros protagonistas de otras obras célebres como Los 400 golpes, Cuenta conmigo, Las ventajas de ser un marginado o Me and Earl and the dying girl, aquella que le ataña a Fabietto le hará crecer como persona y mirar el lado bueno de las cosas. De esta manera, además de ser una cinta sobre la madurez, el descubrimiento personal y el hecho de valorar la vida, Fue la mano de Dios también cuenta con las memorias de Sorrentino al plasmar un episodio tan propio de su vida que no debió haber sido fácil de superar y digerir. Por estos motivos, no es de extrañar que se convierta en probablemente la película más personal del realizador.
– Víctor Vicente
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