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Reseña de la película Athena de Netflix

La película dirigida por Romain Gavras se materializa como el reflejo de como el odio puede podrir por completo a una sociedad. Pasamos a analizar el por qué.



 

Athena es una narración compleja, que por momentos hace que se traspase la frontera entre realidad y ficción. Usando los recursos del cine documental francés, el film de Gavras juega con el paralelismo del pasaje bíblico de Caín y Abel para contar la historia de dos hermanos posicionados en dos extremos opuestos de una misma lucha.


 Una jugada maestra por parte del director


Vamos a entrar en contexto: el asesinato de un niño genera una serie de revueltas en el barrio de Athena en contra de la policía francesa, a quienes se consideran los posibles culpables del suceso. Aquí se nos presentan a 4 hermanos: Idir (Mohamed Amri), el menor, que fue asesinado; Abdel (Dali Benssalah), quien está en el ejército, cree en la justicia francesa y exige que se investigue el caso; Karim (Sami Slimane), quien inicia la revuelta y Moktar (Ouassini Embarek), el mayor que a su vez es narcotraficante.


Gavras juega durante todo el film con la concepción de la maldad y la bondad y de como la línea entre una y otra se puede cruzar en cualquier momento. El inicio de la película estalla en medio de una tensión que audiovisualmente está muy bien conseguida: una explosión, un asalto, una huida y un preparativo para una guerra. Todo es tan confuso que, aunque realmente no terminas de saber hasta bastante adelante qué ha pasado, no puedes desengancharte de la pantalla.


 

Una metáfora espaciada en el tiempo


Lo realmente importante de Athena no es tanto lo visual o la trama en general, sino el propio rol que juega cada uno de sus personajes y lo que metafóricamente significan. La cinta es una crítica constante al racismo y a como el odio solo genera más odio. Aquí es cuando entra en juego el mito de Caín y Abel: Karim, cegado por la ira, mira a sus intereses propios, reniega del status quo, y se rebela a expensas de lo que su madre o su hermano le puedan decir. Abel, que quiere a su hermano y que cree en la justicia intenta, de la manera posible, solucionar el conflicto, no solo intentando hacer ver a luz a su hermano Karim, sino, también, ayudando a evacuar el complejo.


Hay un momento de esta guerra en el que todo da un giro: Moktar, quien solo mira por sus intereses, resguarda a su hermano, Abdel, quien intenta escapar con uno de los policías que han cogido de rehén. Para Moktar, quien solamente de su negocio, esto es solo una excusa para mover sus contactos y tener un salvoconducto con el huir. Es en este momento cuando entre el asalto policial y el cóctel molotov con el que amenazaba a Abdel, Karim no es solo derribado a tiros, sino calcinado. Tras esto, Abdel pierde la fe, moliendo a palos a Moktar a causa de la indiferencia que profesa hacia la muerte de Karim, entrando en la espiral de odio y desesperación al fallar en cuidar de su hermano, tal y como le pidió su madre. Esta hace que decida tomar la justicia de su mano autodestruyéndose en la explosión de un edificio.



 No hay ganadores

Queda claro que, trasto todo esto, nadie gana:  no se esclarece el crimen, una madre pierde a sus 4 hijos y comienza una guerra civil con saltos similares en toda Francia. A pesar de que Karim prende una mecha, cuando explota la bomba no lo hace haciendo justicia por su hermano, sino siguiendo la estela de odio que iniciaron sus asesinos.



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